EL SALTO DEL TEQUENDAMA
 
 
Chibchacum
 se ofendió porque su pueblo aceptó malos consejos de Huitaca, porque el
 pueblo le negó sus ofrendas; se indignó contra los bacates, porque ya 
casi todos murmuraban de él y le ofendían en secreto y públicamente. 
Lleno de una extensa ira crío aguas y trajo de otras partes los ríos 
Sopó y Tibitó, que creciendo rápidamente anegaron la sabana hasta 
inundarla totalmente. Las sementeras y labranzas se echaron a perder; la
 gente, que por entonces era numerosa, empezó a padecer las calamidades 
del hambre. Reunidos sacerdotes y caciques, se decidió dar noticia del 
terrible suceso al dios Bochica, para clamar sus bondades y favores. 
Pasaron muchos días con sus noches llenos de clamores, sacrificios y 
ofrendas, hasta que por fin, una tarde, mientras reverberaba el sol en 
el aire, se hizo presente el arco iris en medio de un ruido 
ensordecedor, que a todos hizo estremecer. Sobre la hermosa policromía 
del arco se erguía majestuosa la figura del Dios Bochica, con una vara 
de oro en su mano. Había escuchado las súplicas, se había condolido de 
los bacates. Arrojó entonces la vara de oro, que traía en su mano, hacía
 el Tequendama; las peñas rocosas se abrieron, como cortadas por afilada
 espada, las aguas se precipitaron dando origen al salto, hoy llamado 
Tequendama.
La
 sabana quedó desinundada. Bochica tuvo a bien no secar los ríos Sopó y 
Tibitó, pues sabía que nos serían de gran utilidad, para regar los 
cultivos en épocas de aguas escasas. El pueblo jubiloso empezó a gritar 
el nombre de Bochica, quien, no satisfecho con los beneficios otorgados,
 castigó a Chibchacum, condenándolo a cargar la tierra sobre los 
hombros, que hasta ese día era cargada por cuatro inmesos guayacanes. 
Esa es la causa de que, a veces, la tierra tiemble. La llegada de 
Bochica ocurrió hace cerca de 30 edades o bxogonoas.

 
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